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Alejandro Castellote

Junio 2008

Dioses de América participa del espíritu ético que debe arropar a priori las representaciones de los “otros” y para ello Briceño se pertrecha con los avales adecuados para facilitar interpretaciones políticamente correctas y poder transitar con un mínimo de seguridad ese frágil territorio; especialmente en un entorno tan hipersensible a este tema como el latinoamericano, cuya historia está sistemáticamente teñida de injusticias de todo orden hacia las mayorías étnicas originarias del continente. Varias veces en su texto de introducción al trabajo informa de la relación de respeto y de complicidad establecida con los protagonistas de las imágenes y de su voluntad de contribuir a restaurar la dignidad de sus culturas. De hecho podría deducirse que su labor se ciñe a la ilustración del relato mítico de los chamanes: una especie de colaboración destinada a otorgar visibilidad a su imaginario. La transferencia de dicha responsabilidad le obliga a enfrentar su subjetividad y la experiencia vivida con los “informantes” con la tarea de generar una cosmogonía objetiva en la que se reconozcan sus narradores e incluso él mismo como autor. Todo ello esquivando los posicionamientos paternalistas. Fácil no es. No extraña en absoluto su prevención, si examinamos la ferocidad con que se ha criticado a algunos fotógrafos latinoamericanos por abordar la miseria o la representación de los indios desde presupuestos ajenos a la ortodoxia ética contemporánea.

 

Como en el caso de Chambi, encontramos con frecuencia ligeros contrapicados que subrayan el carácter mítico de los chamanes. Al tratar de elevar a los sujetos a la categoría de intermediarios con los dioses, la puesta en escena remeda vagamente el punto de vista que provee la imaginería religiosa expuesta en las iglesias a través de retablos, vidrieras, frescos o esculturas: el espectador siempre mira desde abajo, en contrapicado, asumiendo la metáfora de poder que impone la altura de los iconos. Las imágenes como intermediarias entre el hombre y sus dioses. Una sintaxis simbólica –la de la Iglesia- asumida históricamente por todos los que han ostentado el poder con vocación de absolutismo; basta revisar la iconografía fascista y comunista para encontrar idénticas representaciones enervantes de los heroicos protagonistas de sus revoluciones. En cualquier caso, por encima de otras lecturas, en esta serie emerge la voluntad de mitificar las figuras y para ello, Briceño utiliza paisajes capaces de evocar la fabulación del mundo propuesta por cada pueblo, situando a los personajes en un ámbito atemporal, acorde al carácter ancestral y primitivo que sugiere la narración del mito. La sabiduría pre-científica y ahistórica que abanderan estas culturas obtiene en estos escenarios un entorno redundante con los imaginarios arquetípicos de Jung, como propone Briceño en su introducción.

 

Además de la voluntad de restauración de la dignidad cultural, muchas veces encontramos en este trabajo el eco de nuestra mala conciencia respecto al progreso provisto por las sociedades capitalistas. Sociedades de ímpetu imperialista que aniquilan las raíces identitarias de las minorías, fomentando como reacción una actitud –rabiosamente actual- de recuperar esa sabiduría no racional y un pensamiento que esté en estrecha relación con los “auténticos” valores que vinculan al hombre con la naturaleza sin la mediación de la objetividad científica. Una tendencia que, por extensión, define su filosofía bajo el marco genérico del ecologismo.[1]

 

El tono didáctico de las fotografías de Antonio Briceño se nutre involuntariamente del modelo visual que las religiones y las corrientes políticas de todo signo han suministrado a sus fieles para facilitar la compresión de su doctrina, pero en su caso se produce una adaptación a los lenguajes visuales más cotidianos de nuestro tiempo; podría decirse que el fotógrafo actúa como un hermeneuta visual al servicio de los chamanes. La cercanía estética con las imágenes publicitarias que pudiera extraerse de estos retratos panorámicos -en cierto sentido su conversión a la estética Pop- es la constatación de la necesidad de utilizar lenguajes comprensibles para dar fluidez al transito de la ideología. La naturaleza de ésta o las intenciones del autor pertenecen al ámbito de la interpretación y, como decíamos al comienzo, ese es un cometido que debe realizar cada espectador.

 

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