Crónica 1
El Juicio
El viernes 31 fue el último día del extraño 2021. Esa mañana, luego de desayunar, me acosté en la hamaca para tomar mi acostumbrada siesta postdesayuno .
Estaba soñando que iba en bicicleta y, poco a poco, se me hacía más difícil manejarla. No tenía fuerza, no podía. Hasta que me desperté. Tenía un dolor intenso en el pecho, del lado izquierdo, que se extendía por todo el brazo. Ya sabemos qué puede significar eso. Me levanté atolondrado. Estaba mareado, sudando frío. Tenía náuseas. Trataba de estirar el tórax, subir los brazos, pero me dolía. Fui directo al doctor google: todos los síntomas eran los del infarto:
-Presión, opresión, dolor, o sensación de compresión o dolor en el pecho o en los brazos, que puede propagarse hacia el cuello, la mandíbula o la espalda.
-Náuseas, indigestión, ardor de estómago o dolor abdominal.
-Falta de aire.
-Sudor frío.
-Fatiga.
-Aturdimiento o mareos repentinos.
Llamé a una persona para pedirle ayuda, pero no podía ir a mi casa antes de hacer otra cosa que tenía pendiente. En google dice claramente que una persona en ese estado no debe conducir. Pero también dice:
La persona promedio espera 3 horas antes de buscar ayuda por los síntomas de un ataque cardíaco. Muchos de los pacientes con ataques cardíacos mueren antes de llegar a un hospital.
Una fuerza poderosa se encarnó en mí. Esa por la que estamos y seguimos acá. Supe que, si no tomaba medidas de inmediato, ese podía ser no solo el último día de 2021. Me vestí con lo mínimo necesario, me monté en el carro, con el brazo dormido, y salí de inmediato hacia el Urológico San Román.
El día estaba precioso. El cielo muy azul, el verde tan verde, todo brillaba. Y yo iba perplejo, pensando ¿hasta aquí? ¿de verdad? ¿realmente no volveré a ver tanta belleza? Qué extraño. No lo podía creer. No estaba asustado, ni nervioso, sino perplejo, actuando sin dudas, obedeciendo al impulso que no quería cruzar el río Aqueronte.
No había nada de tráfico, no había nadie en el estacionamiento, no había ningún paciente en la emergencia, a pesar de estar en fase de pandemia. Me atendieron de inmediato y frenaron la barca que me iba a cruzar. En poco tiempo llegó la cardióloga más gentil y eficiente a explicarme que, de no haber hecho lo que hice, otro gallo cantaría. Me dijo que me tenían que tener monitoreado y esperar los resultados de ciertos exámenes de enzimas para realizar un cateterismo. De momento, angina de pecho.
Esa noche dormí en Terapia Intensiva. Mi hermana y mi papá pudieron entrar 5 minutos cada uno antes de dejarme ahí, con la garganta anudada. Ella me sobaba la pierna y la mano, diciendo que todo iba a estar bien. Él me dio un beso en la mollera, como cuando era niño y él entraba al cuarto a darme las buenas noches.
Solo estábamos dos pacientes en esa sala. En esas condiciones hay que estar continuamente vigilado, pues cualquier síntoma debe atenderse a la brevedad. Qué situación tan insólita. Qué cantidad de cosas pasaban por mi mente. Tantas miles de cosas que he vivido, tantas preocupaciones que se diluían por insignificantes ante esa pregunta. La gran y única pregunta.
El personal era: mi enfermero, otra enfermera y la doctora de Terapia Intensiva. Amabilísimos y atentos, como todos ahí. Yo no podía moverme de mi cama, ni para ir al baño. Era un mueble. Me dieron dos pastillas de alprazolam, sabiendo que dormir ahí es casi imposible para una mente aterrada. Y así se iba acercando la media noche.
A las 12 en punto, tenía a mi alrededor a esos tres personajes, con la mayor alegría que he visto en un año nuevo. Me agarraban las manos y me daban ánimo. Me hacían saber que estaba en el sitio adecuado, con la gente adecuada y que, pronto, ese recuerdo sería una insólita anécdota. Nunca voy a olvidarlos.
Ayer en la mañana, luego de bañarme y rasurarme, me prepararon para el cateterismo. Me llevaron al lugar donde me introducirían por la femoral un catéter que indicaría dónde y de qué tamaño era el obstáculo, si aún existía. En el camino, mi papá, mi hermana y mi cuñado eran testigos de mi tránsito, como unos amarres que me ataban a esta tierra. Ellos estaban en un pasillo, pasé junto a ellos, nos agarramos las manos y entré en un ascensor. La puerta se cerró, y sentí que yo entraba en otra dimensión.
Mientras me llevaban, semidesnudo y congelándome, iba pensando y pensando. Me vino a la mente el recuerdo de una imagen -una postal- que tuve cuando niño, del Sagrado Corazón de Jesús. Nunca más la había recordado, pero ahora me venía a la mente esa imagen benévola, con mucha luz y un corazón rojo rebosante de vida. Qué importantes son las imágenes. Qué imprescindibles. Esa imagen me ocupó la mente mientras el catéter recorría mi arteria, mostrándoles a los doctores mis latidos, mi sangre, mi corazón palpitante.
En poco tiempo terminaron y me dijeron que ya no había ningún coágulo y que tampoco era necesario poner ningún dispositivo para ensanchar mis arterias. Sacaron el catéter y, en ese momento, volví a nacer. Soy un retornado y nada es igual a lo que fue. Tuve una nueva oportunidad.
Por eso, sigue la carta El Juicio, de mi Tarot del Jardín en Cuarentena:
"El Juicio
Aguacero
Este arcano corresponde al fin de las pruebas. La tensión acumulada durante la sequía queda disipada. El 20 de abril de 2020 cayó el primer aguacero.
El aguacero lava el polvo de las hojas. Arranca lo marchito, fertiliza lo latente, hidrata lo reseco. El Juicio corresponde a la resurrección, a la limpieza. Una energía renovada y exculpada resurge con potencia tras un camino largo y lleno de obstáculos y aprendizajes.
Se trata de un renacer. Las semillas germinan, las plantas retoñan, las hojas reverdecen. El jardín brota de nuevo en su esplendor, tiene una nueva oportunidad.
El ciclo comienza de nuevo."
Antonio Briceño
2 de enero de 2022