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Omertà petrolera. La era del silencio.

Nada más aterrador que el silencio. El silencio pétreo, desolador, impenetrable a toda realidad. El silencio que no se atreve a ser roto; que vio, pero mejor no. Silencio de miedo, silencio de indiferencia, silencio de interés, silencio de complicidad. De ahora tú, luego yo. Silencio denigrante, repulsivo, abyecto. Vergüenza para la especie.

Toda una era glacial congelando alaridos. Los jueces, los compinches, los argumentadores, los dogmáticos, los evasivos, los medios (que quedan). Los gobiernos, las naciones, las instancias continentales y mundiales. Todos congelados. Hay demasiado petróleo acá como para que se oiga; demasiado dinero como para que puedan escuchar. Aún no les llega el grito atronador de sus semejantes. No les asoma el dolor de los abusados. No les sonroja la vejación ni aún cuando se perpetra a la luz pública. Omertà general, mientras les den sus barriles. La petrolera era del silencio. Vergüenza para la historia.

 

Antonio Briceño

3 de abril de 2014

La mirada supone un desnudamiento tácito del ser que se manifiesta, proyectando sus frustaciones, horrores y apetencias. Quien mira en realidad se deja ver, al tiempo que ofrece la hondura de sus pupilas como espejo. Esta dinámica es un ritual de completamiento expresivo que requiere de un horizonte común donde el otro (o los otros) participa(n) con su indiferencia o complicidad.

 

Antonio Briceño (Caracas, 1966) ha desarrollado una serie de retratos videográficos de algunas personas que han sido víctimas del uso excesivo de la fuerza por cuerpos de seguridad durante las protestas que han tenido lugar en Venezuela entre febrero y marzo de 2014.  Briceño les a ha pedido que miren a la cámara y recuerden en silencio las experiencias vividas durante esos días.  Cada uno de esos rostros es un testimonio mudo, un soliloquio de miradas fluctuantes,  que se balancea entre la introspección y la remembranza. 

Dichos retratos han sido iluminados como en una sala de interrogatorios, bañados por una luz frontal e inquisidora. Cualquiera pudo estar allí, con razón o sin ella, después de ser aprehendido, golpeado o amenazado. Pero, de cierta manera, tanto las víctimas como sus inefables captores, comparten la misma celda, envueltos en la sordidez de una “causa” sin delito y de unos culpables sin castigo.  A ese círculo de impunidad simbólica, también concurren los espectadores, aun ilesos, que ahora se ven retratados en los ojos del otro, en la pulsión variable de sus recuerdos inconfesados, en la ira, en la indefensión, en la impotencia.

 

El retrato, uno de los géneros predilectos del autor, adquiere en esta serie una fuerte movilidad interior que trasciende la fijeza del encuadre y la quietud de sus modelos-testimoniantes. Aquí, el sujeto se define por su actividad psíquica, más que por la semejanza con el modelo, pues lo que importa es el efecto somático del recuerdo, la tensión muscular, el sudor, la respiración, el temblor de las esquirlas lumínicas sobre los ojos. En este caso, el medio videográfico permite una breve pero efectiva sincronización temporal con los espectadores, incorporándolos a un flujo de emociones cruzadas. Se trata, en síntesis, de un cara a cara, entre los personajes retratados y quienes escrutan sus semblantes desde “afuera”.

 

La omertá -ese  concierto de complicidades interesadas en omitir lo que sucede- invisibiliza a las víctimas, incluso cuando el origen de su aflicción es “público y notorio”. ¿Qué hacer entonces? ¿cómo mostrar lo que el poder y sus aliados se niegan a ver? En vez de registrar el forcejeo de las barricadas, Briceño opta por la intimidad muda y el contacto sin pose. Muestra a los presuntos sediciosos, sin añadir ningun detalle anecdótico. Más allá de la épica callejera, lejos de las detonaciones y los gases; en la contrastada penumbra del estudio, las emociones afloran frente a la cámara. Solo hay que mirar a traves de los rostros quietos, para ver lo que ellos miran y confrontar las secuelas somáticas y mentales de la intolerancia. A fin de cuentas, todos somos “testigos oculares” de una realidad “sobrevenida”.

​Félix Suazo, abril 2014

Silencio a voces

Antonio Briceño ha construido un cuerpo muy sólido y coherente de trabajo  definido por imaginarios simbólicos que retratan el alma de las culturas. Más que “retratos”, sus figuras son resonancias arquetipales de los ancestros de la humanidad; más que “representaciones”, son complejas interpretaciones de las tradiciones y los mitos anclados en el fondo del inconsciente colectivo. Antonio, que ha dado forma a los dioses, a la naturaleza, al dolor más antiguo, a las emociones atávicas y a los saberes más arcaicos  de los pueblos, viene hoy a golpearnos con una obra completamente despojada, limpia y sin anécdotas, que revela el ángulo más ensordecedor de la violencia y los abusos cometidos por las fuerzas represoras en la Venezuela de los últimos tres meses. 

 

Sin salir de su lenguaje o traicionar la fuerza primigenia de su discurso, esta nueva serie se traslada a los acontecimientos políticos actuales y nos estremece desde los abismos del silencio. El artista enfrenta el rostro de las víctimas con tomas de cerca, vestimenta y fondo negro,  donde la sola mirada sostenida y en silencio  –pero sin callar–, inquieta  al espectador por todo lo que  revela en su mutismo.  Me gusta pensar en estos rostros como deidades contemporáneas que denuncian, sin decir palabra, la manera como el dinero y el petróleo compran las conciencias.  Uno de los instantes en que la creación artística  cobra mayor esplendor es cuando nos ilumina con destellos de futuro y señala premonitoriamente el mundo a venir, aunque sea éste el de un silencio terrible. Omertà petrolera nos advierte acerca de ese mundo próximo, donde la belleza y el horror podrán llegar a convivir  en el mismo pozo de  miedo, silencio  y   vergüenza.

 

María Luz Cárdenas

Abril 2014

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