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El templo en la cabina: los dioses vigilantes. Se cuela el sol y alcanza pieles de canela y clavo; ojos de miel, de mar, de aceituna. Velos y turbantes, colores imposibles.
Efímera familia: pasajeros. Una sonrisa, un gesto; miradas milenarias, rostros pétreos. Un contacto broncíneo. La tertulia se disuelve en la música, y se olvida el desierto, la aridez.
Entran unos, salen otros. La cofradía, cambiante, permanece. De pueblo en pueblo, sobre las carreteras desoladas. Trayectos largos, cortos; cada cual va llegando a su destino.
El tiempo pasa; se acaba el viaje. Solo queda el recuerdo -y las fotos- de algunos recorridos y algunos personajes, pasajeros.
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