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Green Leaf Awards for Artistic Excelence
Han transcurrido varias decenas de miles de años desde que el hombre llegó a América. Incontables pueblos y culturas la han habitado, construyendo su historia en cada lugar, adaptando los dioses primordiales, las imágenes arquetipales, a su entorno particular, construyendo cosmogonías en las que el origen de hombres, animales, plantas y deidades está sellado en un nudo que el tiempo solidifica. En la cosmogonía y mitología de cada pueblo se repiten los hechos esenciales de la humanidad, pero teniendo como protagonistas y testigos a las fuerzas de la naturaleza locales. Cada cerro, laguna, río, desierto, valle o piedra participó en la creación del Cosmos, con lo cual, tiene una relación personal, directa, con los pobladores que lo contemplan y le dan nombre.
Afirma Jung que el alma contiene todas las imágenes de que han surgido los mitos y que nuestro inconsciente es un sujeto actuante y paciente, cuyo drama el hombre (…) vuelve a encontrar en todos los grandes y pequeños procesos naturales. Por eso, tiene un carácter alegórico toda manifestación de la naturaleza. Nunca le faltaron a la humanidad imágenes poderosas que le dieran protección contra la vida inquietante de las honduras del alma. Siempre fueron expresadas las figuras de lo inconsciente mediante imágenes protectoras y benéficas que permitían expulsar el drama anímico hacia el espacio cósmico. Esas son las imágenes primordiales que Jung denominó arquetipos a causa del paralelismo universal entre los temas mitológicos.
La interpretación gráfica de tales imágenes ha sido el objeto de esta investigación. Una representación que toma como escenarios los extraordinarios parajes de América, inspirada en los espíritus ancestrales de los pueblos que aún hoy los custodian. Este proyecto representa, así, un homenaje a la supervivencia, sabiduría y dignidad de estos pueblos.
Dioses de América constituye una propuesta iconográfica personal basada en diversas mitologías indígenas. A través de la manipulación digital de las fotografías, construí un panteón de dioses de la naturaleza pan-americana. Para la producción de imágenes gráficas sagradas o míticas, que no tienen una tradición o un modelo gráfico al cual imitar, es preciso revisar las cosmogonías y mitologías de éstas culturas, pues los mitos contienen todas las imágenes.
Este trabajo cubrió diez culturas de seis países diferentes, y fue realizado entre los años 2001 y 2007: Huichol (México 2001), Piaroa (Venezuela 2002), Kogui y Wiwa (Colombia 2003), Wayuu (Venezuela 2005), Kuna (Panamá 2005), Quero (Perú 2005), Kayapó (Brasil 2006), Ye´Kuana y Pemón (Venezuela 2007).
Antonio Briceño
Mayo 2007
Dioses de América participa del espíritu ético que debe arropar a priori las representaciones de los “otros” y para ello Briceño se pertrecha con los avales adecuados para facilitar interpretaciones políticamente correctas y poder transitar con un mínimo de seguridad ese frágil territorio; especialmente en un entorno tan hipersensible a este tema como el latinoamericano, cuya historia está sistemáticamente teñida de injusticias de todo orden hacia las mayorías étnicas originarias del continente. Varias veces en su texto de introducción al trabajo informa de la relación de respeto y de complicidad establecida con los protagonistas de las imágenes y de su voluntad de contribuir a restaurar la dignidad de sus culturas. De hecho podría deducirse que su labor se ciñe a la ilustración del relato mítico de los chamanes: una especie de colaboración destinada a otorgar visibilidad a su imaginario. La transferencia de dicha responsabilidad le obliga a enfrentar su subjetividad y la experiencia vivida con los “informantes” con la tarea de generar una cosmogonía objetiva en la que se reconozcan sus narradores e incluso él mismo como autor. Todo ello esquivando los posicionamientos paternalistas. Fácil no es. No extraña en absoluto su prevención, si examinamos la ferocidad con que se ha criticado a algunos fotógrafos latinoamericanos por abordar la miseria o la representación de los indios desde presupuestos ajenos a la ortodoxia ética contemporánea.
Como en el caso de Chambi, encontramos con frecuencia ligeros contrapicados que subrayan el carácter mítico de los chamanes. Al tratar de elevar a los sujetos a la categoría de intermediarios con los dioses, la puesta en escena remeda vagamente el punto de vista que provee la imaginería religiosa expuesta en las iglesias a través de retablos, vidrieras, frescos o esculturas: el espectador siempre mira desde abajo, en contrapicado, asumiendo la metáfora de poder que impone la altura de los iconos. Las imágenes como intermediarias entre el hombre y sus dioses. Una sintaxis simbólica –la de la Iglesia- asumida históricamente por todos los que han ostentado el poder con vocación de absolutismo; basta revisar la iconografía fascista y comunista para encontrar idénticas representaciones enervantes de los heroicos protagonistas de sus revoluciones. En cualquier caso, por encima de otras lecturas, en esta serie emerge la voluntad de mitificar las figuras y para ello, Briceño utiliza paisajes capaces de evocar la fabulación del mundo propuesta por cada pueblo, situando a los personajes en un ámbito atemporal, acorde al carácter ancestral y primitivo que sugiere la narración del mito. La sabiduría pre-científica y ahistórica que abanderan estas culturas obtiene en estos escenarios un entorno redundante con los imaginarios arquetípicos de Jung, como propone Briceño en su introducción.
Además de la voluntad de restauración de la dignidad cultural, muchas veces encontramos en este trabajo el eco de nuestra mala conciencia respecto al progreso provisto por las sociedades capitalistas. Sociedades de ímpetu imperialista que aniquilan las raíces identitarias de las minorías, fomentando como reacción una actitud –rabiosamente actual- de recuperar esa sabiduría no racional y un pensamiento que esté en estrecha relación con los “auténticos” valores que vinculan al hombre con la naturaleza sin la mediación de la objetividad científica. Una tendencia que, por extensión, define su filosofía bajo el marco genérico del ecologismo.[1]
El tono didáctico de las fotografías de Antonio Briceño se nutre involuntariamente del modelo visual que las religiones y las corrientes políticas de todo signo han suministrado a sus fieles para facilitar la compresión de su doctrina, pero en su caso se produce una adaptación a los lenguajes visuales más cotidianos de nuestro tiempo; podría decirse que el fotógrafo actúa como un hermeneuta visual al servicio de los chamanes. La cercanía estética con las imágenes publicitarias que pudiera extraerse de estos retratos panorámicos -en cierto sentido su conversión a la estética Pop- es la constatación de la necesidad de utilizar lenguajes comprensibles para dar fluidez al transito de la ideología. La naturaleza de ésta o las intenciones del autor pertenecen al ámbito de la interpretación y, como decíamos al comienzo, ese es un cometido que debe realizar cada espectador.
Alejandro Castellote
Curador independiente
2007